Pongo esta receta aparte porque ya sé que la enlazaré a muchas otras. Es que, una vez que los pruebas, se te ocurren mil formas de utilizarlos.
No son tomates secos, así que no duran tanto como estos. Se pueden tener muchos días en el frigorífico cubiertos con aceite pero seguramente no llegarán a tanto.
- Escalda tomates en agua hirviendo, sin hacerles los cortes para que no les entre agua. Retíralos cuando la piel esté ligeramente arrugada (1-2 minutos según el tipo de tomate) y ponlos en agua fría para detener la cocción.
En este caso he utilizado tomates kumato y en rama, bien duros. - Córtalos en cuartos, pélalos y quítales la pulpa con un cuchillo y una cucharilla (hazlo sobre un recipiente para recoger el jugo y no tires la pulpa ni las semillas). Sala los tomates y déjalos dos horas boca abajo sobre papel absorbente para que suelten agua. Cuanta más pierdan, menos horno precisarán.
- Acomódalos boca arriba en una bandeja de horno rociada con aceite de oliva, espolvoréalos con azúcar blanca refinada (no demasiada) y hornea al mínimo durante dos horas. No se tienen que cocinar sino secarse, si el mínimo de tu horno es muy alto, deja la puerta entreabierta.
- El punto se nota cuando los gajos de tomate se han encogido y en el fondo de la bandeja queda solo aceite.
- Junto con el azúcar les puedes poner alguna hierba o especia. Yo prefiero no utilizarlas para que no interfieran con los posibles usos.
Y, mientras los tomates se están haciendo en el horno, vamos preparando la cena: un plato de trofie, esta vez no con pesto (con licencia de la Riviera italiana) sino con una salsa sencilla y fresca.