La panzanella es uno de los tantos platos italianos que se inventaron para aprovechar los sobrantes de pan. La presencia de estos platos en Italia es tan fuerte que en los supermercados se pueden encontrar unas bolsitas de pan viejo (industrial) para remojar, o sea que ahora compramos lo que antes eran sobras.
Cada uno de estos platos tiene sus particularidades y levanta encendidas discusiones: que el pan debe ser de este tipo y no de otro, que el aceite, que la cebolla, incluso hay quien, sobre la panzanella, dictamina: "plato toscano, ingredientes toscanos". Dejando de lado los fundamentalismos de campanario, lo que sí es cierto es que el pan debe ser fuerte, de campo, y no de esos que al mojarlos se convierten en engrudo.
Y ahora os cuento de mi panzanella, heterodoxa en el ingrediente principal y en la preparación pero -al igual que la clásica- deliciosa, refrescante y muy barata.
El pan era un trozo de focaccia casera de dos días, pero vale cualquier pan de campo que esté bastante reseco. La tradición dice que hay que sumergir el pan en agua, dejar que se empape, estrujarlo bien y mezclarlo con los demás ingredientes. Yo lo corté sin remojado previo, lo eché en una ensaladera, le añadí un pepino, dos tomates y una cebolla roja cortados en trozos no muy pequeños, y al final unas cuantas hojas de albahaca fresca.
Añadí un buen chorro de vinagre de vino blanco y abundante aceite de oliva sabroso, removí bien y dejé tapado en el frigorífico durante una hora.
Al cabo de ese tiempo la focaccia aún estaba algo seca, así que salpiqué unas gotas de agua con los dedos, removí y esperé unos segundos a que se terminara de hidratar. Si falta humedad, se repite.
A voluntad se le pueden añadir aceitunas, pimientos o cualquier otra cosa que sirva para una ensalada.
Se toma fresca pero no fría, con un vinito blanco si apetece, soñando con la dulce campiña toscana.
Campagna toscana, de Cesare Marchesini |
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